El Gaucho Valenzuela del lago Polux



Por Oscar Aleuy Rojas

Acaso todos se conocían entre ellos. ¿Quién sabe? Es cosa de verlos alegres avanzar por la desolación que proponían estos espacios. Mientras Coyhaique se iba modelando, allá en los campos se estaba alambrando, construyendo, levantando, ordenando. En el sector del Pólux, por ejemplo, vivían hombres gauchos de Cobunco que se quedaban. ¿Quién no recuerda a Eduardo Valenzuela Calderón y su existencia, que era como un viaje de nunca acabar, lleno de brisas fuertes o suaves que se entrometían por el medio de él como si fueran indistintamente serpientes mansas o agresivas? Justo al lado del poblado de Zapala quedaba Cobunco. Llegó junto a su padre directamente a la estancia donde ahora está Lago Blanco con trece años en el cuerpo y muchas ganas de aprender a trabajar. En 1919 ya estaban en Balmaceda en actividades ganaderas de alto vuelo. Su padre, hermano de Melitón Calderón fue hasta el campo y habilitó un rancho para poder quedarse a trabajar en el lugar, pero tuvo un accidente a poco andar el nuevo trabajo, un fatal accidente que le hizo perder la razón, por culpa de una yegua que estaba enlazando. Valenzuela estaba rodeando yeguas en el campo de Juan Fernández que le había vendido Félix Orellana y llegó un invitado que era el que venía a marcar animales, un tal Eduardo Foitzick, y que tenía que vérselas con animales de tres años.  Juntaron primero la hacienda de los vacunos y después siguieron con los yegüerizos por la tarde y las faenas eran bastante normales hasta que a Valenzuela y los hombres comenzaron con las marcaciones. Y marcaron todos los animales, pero al hombre se le ocurrió que sería bueno ir a cortarles las cerdas. Y fue solo, y se aproximó a un grupo de yeguas y tiró el lazo a la yegua arisca y le agarró el lazo por sobre el cogote, pero en ese momento irrumpieron las otras yeguas y lo atropellaron y le dieron vuelta el caballo. Y al caer, fue golpeado infinidad de veces en la cabeza. Cuando llegaron los otros, lo encontraron sentado en el suelo y babeando. Tenía los oídos llenos de sangre que manaba a borbotones. Como pudieron lo llevaron donde una meica que le detuvo la hemorragia y luego fue al centro médico de Comodoro donde no le dieron esperanzas.
El accidente del padre, que tuvo que ser luego devuelto a su hogar pero que quedó para siempre trastornado, provocó cambios en los planes del joven Eduardo, quien se tuvo que hacer cargo de su familia completa, de sus hermanos y de la hacienda, trabajando en todo tipo de faenas para que siguiera dando plata la hacienda. Los viajes a Puerto Aysén eran tan pesados que sólo hizo dos y decidió no repetirlos. Los envaralados llegaban hasta el mismo Balseo y en poco más de veinte días se podía llegar sin problemas al puerto. Su padre dejó ovejas, vacas, caballos y su hermano trabajaba mientras tanto en sembradíos y trillas en una parva grande de trigo con yeguas dando vueltas en un corralón circular.
Tuvo don Eduardo contacto muy cercano con los indios en el lugar donde estaba y nos cuenta algunas historias de los quinchamas de Lago Blanco, los primeros que llegaron al lugar. La gente iba con carros a Comodoro, preparaban viajes con mucho entusiasmo ya que tenían que ir a Balmaceda a vender las lanas y llevar los víveres de vuelta, pero esa faena duró hasta que comenzaron a armar un camino que conducía a Puerto Aysén y de esa forma la misma gente que tenía que ir a otro país, por fin pudo comprar los víveres en los grandes negocios del puerto, Durán Saavedra, baratillos, El Blanco y Negro, un tal Dougnac y los Pualuanes, tanta gente que vendía víveres que cambiaba por la producción lanar, ya que les convenía por los márgenes que ganaban. Finalmente, cuando la familia decidió quedarse y poblar en Lago Pólux, todo eso terminaría, porque después del Pólux llegó Balmaceda el año 1918. En esos tiempos no había ningún camino y tampoco se conocía la plata chilena. Los inviernos eran demasiado nevadores. En realidad los pobladores por esos años tan lejanos no tienen cabida en la memoria de don Eduardo, aunque se aventura a recordar a José Cárdenas, que le había comprado unas tierras a Juan Fernández y tenía doscientas ovejas para el trabajo mensual y con eso se batía bien el hombrecito. Después la gente se vino casi toda para Chile, mientras que otros se quedaron en Chile Chico, otros se decidieron por Lago Blanco y Valenzuela y su gente se radicaron en el Pólux.
Eran instantes de grandes dificultades. Un día se alzaron los humos por el territorio. La gente había descubierto que los bosques estaban molestando para sus yeguadas y ovejerías. Era tiempo de abrirse paso y hacer que las tierras fueran extensas. Y los bosques comenzaron a ser quemados.  La gente había empezado a quemar, pero de a poco, lentamente, como si supieran lo que iba a pasar noventa años después. Se internaban en medio de los bosques y ahí arrumaban palitos secos que encendían otras ramas mayores, palos secos, enormes troncos que por estar tan cerca de los árboles, los iban alcanzando. En un instante, el fragor gigantesco de un fuego avanzando por los bosques lo iba consumiendo todo, haciendo que se retiraran de ahí quienes corrían el peligro de morir abrasados por la hecatombe. Fueron miles de incendios provocados lo que llamó la atención de un país y del mundo entero. Este no fue la excepción. Y los campos empezaron a crecer para que la gente los venga a ocupar en Aysén. Y el caso de don Eduardo no sería la excepción, ya que se vino con un hermano y dos primos a iniciar la primera de las exploraciones a los que serían sus terrenos propios ahí en el Pólux.
––Andabámos igual que los pacos, metidos bajo de las quilas, tratando de hacer picadas y sendas pa’poder avanzar ––afirmaba con no poco orgullo.
Montar a caballo le hacía sentirse solo y los perros y su pilchero eran los únicos acompañantes. Resignado a eso, se internó por las picadas recién instaladas por ellos mismos, avanzó hasta el Picacho y quiso quedarse ahí un tiempo. Le gustaba el Picacho y aperado con mates y harina tostada pasaba las semanas mirando, observándolo todo. Sus exploradores se pasaron al Picacho, llegaron junto a él sus familias, sus primos Ramón, Juan, Heraldo, Heriberto. Eran todos Calderón como él. Y su hermano, Melitón le acompañó a bajar por el Roosevelt, yendo ellos primero, y después él con su hermano, cuando ya hicieron los primeros caminos por el lugar.
Entonces, por primera vez, don Eduardo se atrevió a formar un campo, valiéndose de un hacha de mano con la cual derribaba ramas, hacía que hubiese claros en los bosques tupidos, que se abriera eso tan denso. Supo después que también hubo pobladores que prendieron fuego en el lugar donde él estaba. Y se dio cuenta de los palos quemados a unos 700 metros de donde pensaba levantar su casa. Aprendió a hacer cuadras de roce y pudo prenderles fuego también como sus conocidos y además supo empastar para las temporadas. De pronto se enfrentó al peligro, al aceptar una invitación para las famosas carreras de Lago Blanco. Nunca se imaginó que se enfrentaría a la muerte. Había cinco milicos ahí, pero no son los mismos milicos de ahora, sino los policías argentinos. Lago Blanco se había destacado siempre por ser el principal centro de diversiones de la Patagonia de este lado y se preparaban carreras famosísimas. Pero algo sucedía en ese tiempo que los milicos prohibieron hacer carreras. Pero no sólo eso, también convocaron a toda la gente que había ido y les llamaron para decirles a todos los reunidos que habían órdenes perentorias del gobierno para apresar a los extranjeros y resguardarlos mientras pasen los conflictos. Y empezaron a avanzar y los chilenos que había, incluidos don Eduardo, intentaron huir y se produjo una persecución y una terrible balacera. Sobre un tranque que había, donde corría un arroyo, quedaron varios muertos. Y un cuñado de don Eduardo tuvo una pelea cuerpo a cuerpo con un oficial, pero un milico que estaba al lado le disparó al chileno por la espalda. Pero estaba un amigo que se llamaba Domingo Montes que era de Valle Simpson y estaba armado con un revólver de cañón largo, y le disparó al milico y lo mató. Y luego quedaron ahí los milicos un rato y llegó el momento de regresar y se fueron. Y salieron muchos hombres que se habían escondido, salieron a la pampa grande de Lago Blanco, asustados, dando gracias a Dios por no haber muerto. Era un 25 de Mayo, día de la Independencia argentina. Entre los detenidos y que fueron enviados a Rawson estaba don Manuel Fuentes, conocido poblador de aquellos tiempos, que pidió la libertad y se la dieron, pero él no abandonó el presidio mientras no fueran liberados todos los chilenos, diciendo:
––Todos estamos aquí por la misma causa.
Y fueron todos los chilenos liberados a las tres horas y media. Y mientras iban regresando por la pampa, alcanzaron a una patrulla de carabineros que enarbolaban a medio trote unas vistosas banderas chilenas. En verdad aquella revuelta fue bastante famosa en esos tiempos. Don Eduardo se nos queda en las palabras, aludiendo a los buscas y a los truqueros. En su mirada se advierte el cansancio de la vejez. Y la alegría de pertenecer a dos mundos, aquel de los tiempos primeros y éste de la modernidad.

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